Hoy hemos vuelto a la dehesa extremeña,
en un Domingo de Resurrección que amanecía grisáceo, con una iglesia que parecía una metáfora de esa resurrección: pasó por malos momentos (se acabaría el presupuesto), pero se rehizo y mantiene el tipo, bien erguida.
No tardaríamos en encontrar a los apreciados habitantes de esta dehesa, en esta época del año encerrados en recintos próximos al pueblo.
Vamos disfrutando del suave relieve, de naturaleza serena y exuberante marcada por las encinas... Al fondo ya se vislumbra lo que debe de ser la Ermita del Salor
Pero antes hemos de cruzar ese río que le da nombre, el Salor. No aparenta ser una corriente temible, pero mereció un airoso puente...
... al que nosotros correspondemos presentando 'armas'
Descendemos de nuevo al cauce del río...
Y descubriendo las maravillas acuáticas del entorno llegamos a la Charca del Prado.
Gracias a los prismáticos, alguien da la voz de alarma:
"¡Mirad, allí (en la orilla opuesta) están las tortugas!"
Ya lo creo que estaban, y bien lavadas, saliendo a tomar el sol.
Actualmente ya no se usan tales
espacios cerrados. En la época de montanera cada propietario visita a su piara al amanecer y al anochecer. Sus gorrinos le buscan porque siempre les ofrece alguna 'golosina'. Así los tiene controlados.
De vuelta al pueblo, coincidimos con los feligreses que, endomingados, salen de la misa solemne. Enseguida surge la conversación entre los lugareños y los forasteros andarines. Y todo son amabilidades e intercambio amigable.
Nos despedimos de TORREQUEMADA, desde su Atalaya -pequeño peñascal que lo domina-, desde sus roquedos, encinas... y con el aroma de la buena gente.
Muy cerca la Charca de Abajo le debía servir como espejo, pero las algas la han cubierto de verde, como un 'sembrado acuoso'. Estamos en TORREQUEMADA, cerca y al sureste de CÁCERES
No tardaríamos en encontrar a los apreciados habitantes de esta dehesa, en esta época del año encerrados en recintos próximos al pueblo.
Vamos disfrutando del suave relieve, de naturaleza serena y exuberante marcada por las encinas... Al fondo ya se vislumbra lo que debe de ser la Ermita del Salor
Pero antes hemos de cruzar ese río que le da nombre, el Salor. No aparenta ser una corriente temible, pero mereció un airoso puente...
... al que nosotros correspondemos presentando 'armas'
Ya estamos en la Ermita de Ntra. Sra. del Salor
Construcción notable de estilo mudéjar (siglos XIV-XVI) y cuya fiesta más popular tendría lugar al día siguiente, el Lunes de Pascua
Descendemos de nuevo al cauce del río...
... a sus pasos y reflejos.
Y descubriendo las maravillas acuáticas del entorno llegamos a la Charca del Prado.
Gracias a los prismáticos, alguien da la voz de alarma:
"¡Mirad, allí (en la orilla opuesta) están las tortugas!"
Ya lo creo que estaban, y bien lavadas, saliendo a tomar el sol.
Y de las charcas nos hemos ido acercando al pueblo y encontrado la zona de Las Corralás
Ese es el nombre con el que se conocen los recintos tradicionales en los que encerraban al atardecer los cerdos durante la época de la montanera (en otoño, cuando ese ganado es soltado en la dehesa para alimentarse de la bellota recién caída de encina y alcornoques)
Actualmente ya no se usan tales
espacios cerrados. En la época de montanera cada propietario visita a su piara al amanecer y al anochecer. Sus gorrinos le buscan porque siempre les ofrece alguna 'golosina'. Así los tiene controlados.
De vuelta al pueblo, coincidimos con los feligreses que, endomingados, salen de la misa solemne. Enseguida surge la conversación entre los lugareños y los forasteros andarines. Y todo son amabilidades e intercambio amigable.
Nos despedimos de TORREQUEMADA, desde su Atalaya -pequeño peñascal que lo domina-, desde sus roquedos, encinas... y con el aroma de la buena gente.
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